miércoles, 22 de junio de 2011

El siniestro “Dr. Mengele” español


A todas las presas políticas

que sufrieron los rigores de las cárceles franquistas


“La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme transcendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia piscópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”. Son palabras del comandante Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, entresacadas del libro “La locura y la guerra. Psicopatología de la guerra española”, publicado en Valladolid en el año 1939. Previamente había publicado “Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza”, en 1937.

El papel que desempeñó este psiquiatra militar durante la postguerra no se limitó al terreno teórico sino que sirvió para dar cuerpo científico a buena parte de la política penitenciaria de la dictadura y, de un modo muy particular, a las relaciones de las presas republicanas con sus hijos. Muchas de ellas vieron como sus bebés morían de inanición. A otras, les fueron arrancados de su cuidado y nunca más supieron de su paradero. El régimen franquista, empeñado en distanciar a las madres detenidas de sus hijos, puso en marcha una prisión para Madres Lactantes en donde sólo se les permitía estar en contacto con sus bebés una hora al día.

Antonio Vallejo-Nájera nació en Paredes de Nava (Palencia) en 1889, estudió medicina en Valladolid e ingresó en la carrera militar. Intervino en la guerra de África y fue agregado en la embajada de España en Berlín. Posteriormente fue director del sanatorio madrileño de Ciempozuelos. Muere en Madrid en 1960.

En 1938, a propuesta de Vallejo-Nájera, Franco autoriza la creación de un Gabinete de Investigaciones Piscológicas “cuya finalidad primordial será investigar las raíces psicofísicas del marxismo”. Su primer trabajo se centró sobre dos grupos de detenidos: los brigadistas internacionales y 50 presas malagueñas. Su trabajo sobre este último grupo lo tituló “Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delicuentes”. Es de destacar que, para las mujeres, no cabía la consideración de presas políticas, y como presas comunes fueron siempre consideradas en las cárceles franquistas.

Pues bien, en esa investigación, tal como señala el historiador y profesor de la Universidad de Barcelona, Ricard Vinyes (Presas políticas, Barcelona, 2002), “a la situación ambiental de la ciudad ocupada y la atmósfera de revancha consiguiente, que arropó todo el proceso de indagación casi sumarial, se añadían los prejuicios sexistas de Vallejo. La combinación resultó explosiva”. Una cita lo expresa mejor que cualquier comentario: “Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad (…) cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenatrices de las impulsiones instintivas; entonces despiértase en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas (…) Caracteriza la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión. El hecho es tanto más digno de atención cuanto que la mujer suele desentenderse de la política, aunque su fanatismo o ideas religiosas la hayan impulsado en los últimos años a mezclarse activamente en ella, aparte de que en las revueltas políticas tengan ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes”.

Pero aún iba más allá. Vallejo señalaba en sus conclusiones que, a diferencia de los brigadistas internacionales, en el caso de las mujeres no había podido proceder “al estudio antropológico del sujeto, necesario para establecer las relaciones entre figura corporal y temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad, por la impureza de sus contornos”.

El psiquiatra Francisco Marco Merenciano, discípulo de Vallejo, decía: “La medicina exige una política, el marxismo es una enfermedad y en nuestras manos está en gran parte su tratamiento”. Esto fue publicado aún en 1958 con unos prologuistas de lujo: el médico y profesor Pedro Laín Entralgo y el psiquiatra Juan José López Ibor.

El mérito de Vallejo no era otro que aportar al Régimen, desde la psiquiatría oficial y académica, una pseudofilosofía de la inferioridad y la degeneración social e histórica del adversario político, que justificase y amparase acciones, instituciones y políticas de segregación. Esto le sirvió para dar un impulso a su carrera dentro del franquismo, una carrera de éxito y prestigio que le llevó, siendo ya coronel, a presidir el Primer Congreso Internacional de Psiquiatría, celebrado en París en 1950.

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